Los sueños de muerte manifiestan el cambio y la evolución, expresan un cambio de estado. Todas las escrituras sagradas hablan de morir antes de morir, de la segunda muerte. Por eso antes de atravesar las puertas de la vida con mayúscula, del misterio insondable, es necesaria la muerte iniciática del ego. Lo que fue necesario para crecer no lo es más y debe sacrificarse en nombre de horizontes más vastos. Esta es la muerte que atestiguan los sueños, nunca la muerte física sino la muerte iniciática, la muerte del pasado. Hay que abandonar el viejo hombre. Por eso a menudo aparecen en los sueños un hombre o una mujer muy ancianos que deben entregarse a la muerte para renacer o regenerarse en la eterna juventud.
Dos sueños de aprendices sobre la necesidad de la muerte y la dificultad de entregarse a ella:
1- Hay una escena donde una veintena de personas están encerradas y esperando. Pronto van a morir, han sido condenadas. Se mueven de un lado para otro con rostro serio, pero sin tristeza ni miedo. Otra gente los rodea desde el exterior, ayudándoles y dándoles fuerza. Hay gente conocida dentro y fuera del recinto y eso intensifica la viveza del sueño. Mi maestro hindú observa los rostros y no pierde ningún gesto. Él ha decidido las condenas y prepara las ejecuciones. Yo sé que estoy entre los condenados, pero me veo caminando fuera del recinto. Ese día yo tenía que haber muerto, pero esta vez no me sentía aún preparado o simplemente no era mi momento.
2- Estamos una docena de personas en una gran sala, con muchas ventanas. De píe en círculo, con un soporte firme de madera al lado de cada uno. Un hombre muy fuerte vestido con piel de carnero y una enorme hacha en la mano se pasea entre nosotros. Hemos sido condenados y se va a ejecutar la sentencia. La atmósfera es seria, grave, pero sin temor. El verdugo se acerca al primero que se arrodilla voluntariamente y sin la menor duda apoya su frente sobre el soporte de madera. El hacha cae, pero no veo sangre ni siquiera veo que la cabeza ruede. La persona ha dejado de existir sin más. El segundo repite la misma historia, y algo en mi comienza a entrar en pánico. Pronto será mi turno, pero ¡yo no quiero morir! Todos los demás siguen inmóviles y serenos y yo los miro sin comprender nada. Están locos, se dejan llevar al matadero y mueren sin rebelarse. El verdugo cada vez más cerca y yo cada vez negándome más a la experiencia de muerte. De un salto termino por huir por una ventana.
Es el rechazo a morir, o mejor, el rechazo del ego a morir. Todo el trabajo interno y espiritual nos conduce a esta situación, aunque sea en diferentes grados. Si se quiere vivir primero es necesario morir, sea en la boca de un monstruo, sea debajo de una avalancha de piedras o ahogándome en el océano. Experiencia siempre difícil pero ineludible.
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