Tengo que poner esta entrevista. Gracias La Contra, gracias la Vanguardia por este regalo de reyes. Gracias Mama Tunza por existir y por iluminar nuestra vida. El amor puede.
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Soy analfabeta, pero sé de la tierra. Éramos muy muy pobres y siendo una niña me fui a trabajar a Nairobi.
¿De sirvienta?
Sí, a casa de una pareja de
italianos en la que estuve sirviendo veinte años. Un primero de enero, a
las once de la noche, saliendo de trabajar, de camino a casa (cuatro
horas a paso ligero), vi en una montaña de basura una caja de la que
asomaba un bracito...
¿Un bebé?
Lo limpié, lo vestí y lo alimenté, y
lo llevé a la policía, que quiso detenerme por tener a ese niño tan
maltratado. Me llevó horas convencerles de que lo había encontrado.
¿Se quedaron al niño?
Sí. Pero a las cuatro de la
mañana me llamaron para que me lo llevara: "Si no puede cuidarlo,
déjelo donde lo ha encontrado". Al cabo de dos semanas un abuelo recogió
otro bebé y me lo trajo. Mis cuatro hijos y los vecinos cuidaban de
ellos mientras yo trabajaba. Pero dos días llegué tarde.
Y les explicó lo de los bebés.
Sí, y me dijeron:
"O los bebés o el trabajo". En Kenia las personas que te contratan se
encargan de guardarte el sueldo. En veinte años de trabajo había
acumulado 1.000 euros, pero no me los dieron. Y entonces...
Perdone, ¿cómo se llaman esos italianos?
Rita
y John Corri. A partir de ahí decidí dedicarme a los niños abandonados
que me traían: había corrido la voz. Los vecinos me ayudaban, me dejaban
en la puerta sacos de arroz y legumbres. Un día fui a hacer mis
necesidades junto al riachuelo que hay en un pequeño bosque y vi a un
babuino con un bebé humano. Conseguí arrebatárselo engañándolo con
comida y corrí.
¿Cómo estaba el niño?
Era una costra de sarna y
heridas. Lo lavé y lo llevé al hospital. Como sabía que no me iban a
atender porque en Kenia la sanidad es de pago, me fui a ver al jefe del
hospital. Se lo quedaron, pero al cabo de tres horas me llamaron: "Si no
puede hacerse cargo, déjelo donde lo ha encontrado".
¡¿Los médicos también?!
Me recetaron los
medicamentos que podían curarlo, nada más, y fui por las casas de los
ricos y las farmacias de Nairobi pidiendo caridad para poder comprarlos.
Tenía dos años y ya ha cumplido ocho. Le llaman Monito y con él ya eran
18 niños recogidos.
¿En su casa?
Sí, un descampado en un barrio donde
la esperanza de vida de los niños no pasa de cinco años y la de las
mujeres, de cuarenta. Sin cloacas y con mucha droga y delincuencia. Pero
buena gente del barrio me ayudó: construimos barracones y organizamos
una escuela en la que jóvenes y adultos que sabían leer y escribir
enseñaban a los pequeños. Pero continuamente entraban a robarme.
En el 2007 kikuyus y luhyas se enfrentaron durante las elecciones.
Murieron
1.200 personas. La gente huyó, también mis vecinos. Así que me encontré
con casi 100 niños, sin comida y sin ningún tipo de ayuda. Cuando
volvieron los primeros turistas, al cabo de seis meses, un fotógrafo
colgó en internet un reportaje sobre nosotros. Una niña irlandesa con un
cáncer terminal lo vio y le pidió a su padre que ayudara a esa señora.
Una historia increíble.
El padre y unos amigos se
fueron a Kenia, compraron un terreno en Ngong y levantaron los
barracones en los que hoy vivimos, una zona fértil en la que los niños
pueden correr cuando vuelven de la escuela. Teníamos aire libre y cama
para todos, pero el cambio fue duro.
Sin la ayuda de los vecinos...
Sí, vivíamos
aislados. Pero volví a empezar; recorrí las granjas de la zona y les
expliqué mi historia. Conseguí dinero para enviar a los niños a la
escuela. Luego llamé a la puerta de las agencias turísticas, y empresas
como Kobo Safaris o Ecowildlife empezaron a colaborar conmigo. Les dicto
lo necesario, la lista a los Reyes Magos.
¿Y qué pide en su lista?
El mejor regalo es la matrícula del colegio. Y nos han traído una cama para cada uno, con colchón y sábanas.
¿No tenían?
Dormíamos cuatro en cada litera y sin
colchón. Unos voluntarios nos han traído contenedores para almacenar
agua, otros el camión cisterna semanal. Otros pagan cada lunes al hotel
Serena de Nairobi para que nos traiga un camión de comida. Yo no toco
dinero, recibo regalos de mi lista de imprescindibles para la vida. ¡Y
ya tengo cuatro niños en la universidad!
Felicidades.
Y también necesitamos ordenadores y
un profesor de informática. Gracias al Gobierno de Navarra tenemos
autobús escolar. Y una empresa madrileña nos va a hacer el camino para
que llegue a casa. Y con el premio Navarra Solidaridad abriré un pozo.
¿Alguien ha vuelto a recoger a un niño?
Encontramos
un bebé en la estación y al cabo de cuatro años la madre volvió a por
él... ¿Para hacerle mendigar por las calles de Nairobi? Decidí
adoptarlos a todos.
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