divendres, 30 de novembre del 2012

El coraje de un adulto es volver a anudar la cuerda al corazón aun a riesgo de sufrir

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No escogió muy bien su padre.Me fui a la cama, apagué la luz y por primera vez comprendí que mi madre había muerto de verdad y que nadie me iba a querer como ella. Lloré toda la noche con la cara hundida en el cojín. Era un niño solo. Fue el momento más terrible de mi vida.

¿Fue usted un triste?Siempre tuve la suerte de la ligereza y el humor, pero también el sentimiento de que el mundo me debía algo, de que el mundo me debía amar; estaba convencido de que mi tristeza se debía a que no era amado.

¿Y no?Con el tiempo encontré mujeres que me amaron, pero yo seguí siendo infeliz hasta que comprendí que lo que te hace feliz no es que te amen sino amar.

¡Hombre!, que te amen ayuda mucho...El gran salto que me hizo pasar de necesitar ser cuidado a cuidador fue el día que me enteré de lo que había sucedido con mi madre. Creo que cada uno de nosotros tiene un trauma, un dolor relativo a la infancia o a la adolescencia, un momento en el que el curso de sus emociones cambió para siempre, y es importante descubrirlo.

¿Para sacudírnoslo?La educación nos atrofia la intuición, lo que Jung llamaba “la voz de los dioses”, y que contiene el aspecto más profundo de nosotros. Hay que aprender a escucharse, porque todos tenemos un monstruo dentro que creyendo actuar por nuestro bien nos lleva a escapar de la vida, nos arranca la cuerda de las emociones para que no suframos, pero sin ella no se puede vivir.

Pues la frialdad abunda.La cuerda del corazón que te permite sentir el amor está anudada al dolor; si la cortas para no sufrir tampoco sientes el amor. El coraje de un adulto es volver a anudar esa cuerda aun a riesgo de sufrir.

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