...
No escogió muy bien su padre.Me fui a la cama,
apagué la luz y por primera vez comprendí que mi madre había muerto de
verdad y que nadie me iba a querer como ella. Lloré toda la noche con la
cara hundida en el cojín. Era un niño solo. Fue el momento más terrible
de mi vida.
¿Fue usted un triste?Siempre tuve la suerte de
la ligereza y el humor, pero también el sentimiento de que el mundo me
debía algo, de que el mundo me debía amar; estaba convencido de que mi
tristeza se debía a que no era amado.
¿Y no?Con el tiempo encontré mujeres que me
amaron, pero yo seguí siendo infeliz hasta que comprendí que lo que te
hace feliz no es que te amen sino amar.
¡Hombre!, que te amen ayuda mucho...El gran
salto que me hizo pasar de necesitar ser cuidado a cuidador fue el día
que me enteré de lo que había sucedido con mi madre. Creo que cada uno
de nosotros tiene un trauma, un dolor relativo a la infancia o a la
adolescencia, un momento en el que el curso de sus emociones cambió para
siempre, y es importante descubrirlo.
¿Para sacudírnoslo?La educación nos atrofia la
intuición, lo que Jung llamaba “la voz de los dioses”, y que contiene el
aspecto más profundo de nosotros. Hay que aprender a escucharse, porque
todos tenemos un monstruo dentro que creyendo actuar por nuestro bien
nos lleva a escapar de la vida, nos arranca la cuerda de las emociones
para que no suframos, pero sin ella no se puede vivir.
Pues la frialdad abunda.La cuerda del corazón
que te permite sentir el amor está anudada al dolor; si la cortas para
no sufrir tampoco sientes el amor. El coraje de un adulto es volver a
anudar esa cuerda aun a riesgo de sufrir.
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