Ayer estuve meditando muchas horas con la intención del silencio, con la intención de la consciencia de ser y entendí que no puedo pretender parar toda la inercia de una vida entera de estímulos constantes en un día. También vi de dónde viene todo eso, de dónde me viene la necesidad de estímulo constante:
Me recuerdo con nueve años en Galveston, Texas. Tenía una sensación constante de tristeza, vacío, soledad. Me recuerdo incluso jugando con esa sensación de fondo. Esa tristeza al no querer soportarla fue la que me llevó a engancharme al ordenador, a las maquinitas, a la tele, todo para no sentirla. Mientras estaba enganchado no estaba en mi y ahí no sentía pero cuando me desconectaba la tristeza venía multiplicada por la vergüenza de estar enganchado, por la frustración de estar perdiendo el tiempo, por el desprecio a mi mismo y por el qué pensarán de mi. De las maquinitas y la tele pasé al chat y a los videojuegos en el ordenador que era menos triste porque estaba compartiendo el rato con otras personas pero igualmente era una evasión de mi mismo y de mis sentimientos. De ahí pasé al trabajo de programador y luego de trader, todavía evasión durante 8 horas al día. Por suerte peté.
El estrés de trader hizo que las noches de viernes y sábado me las pasara enteras repasando cotizaciones, viendo los precios cómo se movían, ajustando la delta. Me despertaba con el estrés, cerraba los ojos y volvía lo mismo. Tenía que levantarme para que se acabara la invasión. Esto no podía continuar así que tenía que parar la mente y fue cuando empezé a meditar en la casa del Tíbet cada miércoles a las 20h. Además era gratis. Ahora veo que no era gratis, era la voluntad y todavía les doy las gracias por lo que me regalaron. Ahí encontré mi primer maestro.
¿Y de entonces hará ocho años a ahora? Entendí que el diseño económico no es más que una estafa, los gobiernos están para controlarnos y robarnos, que no estamos solos en el universo y que la mente está programada para boicotear todo intento de acallarla. También entendí que nada está bien ni mal, todo sirve al espíritu. Y cuando me di cuenta de eso empezé a no luchar contra las situaciones, a aceptar a todo el mundo, a comprender el por qué de las reacciones de la gente, a ver la belleza de las cosas duras. Y finalmente surgió la pregunta: ¿Quien soy yo? ¿Qué he venido a hacer en esta vida? Quién soy todavía no lo tengo claro, qué he vendio a hacer... a afrontar todas las dificultades, todos los miedos, a perder el miedo, a dejarme de tanta tontería, a disfrutar la vida en toda su grandeza (especialmente de las pequeñas cosas), a amar sin límite.
Y por eso estoy aquí, ahora. Sin trabajo pero con un desafío precioso ante mi que me ocupa todo el día.
¿Quién soy yo?
Todavía no lo sé pero veo que la energía que sentía en la soledad era un profundo anhelo de algo más y esa misma energía es la que ahora me está llevando a descubrir ese algo más. La soledad ha pasado de ser terrible a ser la belleza de la soledad, las cosas pequeñas han pasado de ser un rollo a ser preciosas y los niños un regalo diario (y unos maestros buenísimos).
No sé qué me espera pero el camino es precioso.
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